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La acatisia puede pasar desapercibida, pero su impacto en la vida diaria es profundo. Quien la padece siente una inquietud constante, una necesidad de moverse que no se detiene ni con esfuerzo. La acatisia es un trastorno del movimiento caracterizado por una sensación interna de agitación y la imposibilidad de permanecer quieto.

Este artículo explora qué es la acatisia, sus causas, síntomas y cómo se diagnostica. También aborda las opciones de tratamiento y manejo que pueden aliviar el malestar y mejorar la calidad de vida. Comprender este trastorno permite identificarlo a tiempo y buscar la ayuda adecuada.

¿Qué es la acatisia?

La acatisia se caracteriza por una sensación interna de inquietud motora y la necesidad constante de moverse. Se asocia con el uso de fármacos que alteran la dopamina y con trastornos neurológicos que afectan el control del movimiento.

Definición clínica

La acatisia es un trastorno del movimiento que se manifiesta por una inquietud motora subjetiva y una actividad motora objetiva persistente. La persona siente una necesidad irresistible de moverse, acompañada de malestar o ansiedad interna.

Los movimientos típicos incluyen balanceo del tronco, cruce y descruce de piernas o caminar sin propósito. Estos síntomas suelen empeorar en reposo y mejorar parcialmente con la actividad.

Se clasifica en varios tipos según su causa y momento de aparición:

  • Aguda: aparece poco después de iniciar o aumentar la dosis de un fármaco.
  • Crónica o tardía: se desarrolla tras uso prolongado.
  • Retirada: surge al suspender un medicamento dopaminérgico.

El diagnóstico requiere excluir otras causas de inquietud motora, como ansiedad o dolor neuropático, y se apoya en escalas clínicas como la Barnes Akathisia Rating Scale (BARS).

Historia y descubrimiento

El término acatisia proviene del griego a- (sin) y kathízein (sentarse), lo que refleja la incapacidad de permanecer quieto. Fue descrita por primera vez en 1901 por el neurólogo checo Ladislas J. Haskovec, quien observó pacientes con inquietud motora sin causa aparente.

En la década de 1950, con la introducción de los antipsicóticos típicos como la clorpromazina y el haloperidol, el cuadro se volvió más frecuente y clínicamente relevante. Los médicos notaron que la acatisia podía confundirse con agitación psicótica, lo que llevaba a aumentar dosis y empeorar el síntoma.

Desde entonces, se ha reconocido como un efecto adverso extrapiramidal relacionado con el bloqueo de receptores dopaminérgicos D2. Actualmente se estudian mecanismos serotoninérgicos y noradrenérgicos que también podrían contribuir a su aparición.

Diferencias con otros síndromes hipercinéticos

La acatisia se distingue de otros trastornos del movimiento por la combinación de síntomas subjetivos y objetivos. En el temblor esencial o la discinesia tardía, los movimientos son involuntarios, pero el paciente no experimenta la sensación interna de inquietud.

Trastorno Tipo de movimiento Sensación interna Causa principal
Acatisia Movimiento voluntario repetitivo Presente Bloqueo dopaminérgico
Discinesia tardía Movimientos involuntarios orofaciales Ausente Uso crónico de antipsicóticos
Temblor esencial Oscilaciones rítmicas Ausente Idiopática o hereditaria

A diferencia de la ansiedad motora, la acatisia no se asocia siempre con pensamientos de preocupación, sino con una necesidad física de moverse. Reconocer estas diferencias permite ajustar el tratamiento y evitar errores diagnósticos.

Causas y factores de riesgo

La acatisia suele originarse por alteraciones en la transmisión dopaminérgica y por la exposición a ciertos fármacos que afectan el sistema nervioso central. También influyen condiciones neurológicas preexistentes y variaciones genéticas que modifican la respuesta individual a los medicamentos.

Medicamentos asociados

Los antipsicóticos, especialmente los de primera generación como el haloperidol y la flufenazina, representan la causa más frecuente. Estos bloquean los receptores de dopamina tipo D2, lo que altera el equilibrio entre dopamina y acetilcolina en los ganglios basales.

Los antipsicóticos atípicos (por ejemplo, risperidona, olanzapina o aripiprazol) también pueden inducir acatisia, aunque el riesgo suele ser menor. El inicio puede ocurrir en los primeros días o semanas de tratamiento.

Otros fármacos implicados incluyen:

  • Antidepresivos ISRS (fluoxetina, sertralina).
  • Antieméticos como la metoclopramida.
  • Estabilizadores del ánimo y algunos antihistamínicos con acción dopaminérgica indirecta.

El riesgo aumenta con dosis altas, cambios rápidos de medicación o suspensión abrupta de antagonistas dopaminérgicos.

Trastornos neurológicos subyacentes

Las enfermedades que alteran los circuitos dopaminérgicos, como la enfermedad de Parkinson, incrementan la susceptibilidad a la acatisia. En estos casos, la alteración basal del sistema dopaminérgico amplifica los efectos secundarios de los fármacos.

El daño cerebral traumático, la encefalopatía y algunos trastornos del movimiento también pueden predisponer a su aparición. Estos cuadros afectan la modulación motora y la integración sensorial, lo que dificulta la adaptación a los cambios inducidos por medicamentos.

Las personas mayores presentan mayor riesgo debido a la disminución natural de dopamina y a la polifarmacia frecuente en esta población.

Factores genéticos y predisponentes

Las variaciones genéticas en los genes DRD2, COMT y HTR2A pueden modificar la sensibilidad a fármacos dopaminérgicos y serotoninérgicos. Estas diferencias influyen en la velocidad de metabolismo y en la afinidad de los receptores, afectando la probabilidad de desarrollar acatisia.

El sexo femenino, la edad avanzada y antecedentes de reacciones extrapiramidales son factores predisponentes adicionales. También influyen el consumo de alcohol, el estrés y la presencia de trastornos afectivos.

Un historial familiar de sensibilidad a psicofármacos puede indicar una vulnerabilidad genética que aumenta el riesgo clínico.

Síntomas y manifestaciones clínicas

La acatisia se caracteriza por una combinación de movimientos involuntarios y una intensa sensación interna de inquietud. Estas manifestaciones afectan tanto el comportamiento motor como el estado emocional y funcional de la persona.

Signos motores característicos

Los signos motores suelen ser visibles y persistentes. El individuo se levanta con frecuencia, cambia de posición, camina de un lado a otro o mueve constantemente las piernas mientras está sentado. Estos movimientos no siguen un patrón rítmico, sino que reflejan una necesidad urgente de moverse.

En la exploración clínica, el médico puede observar balanceo del tronco, golpeteo repetitivo de los pies o cruce y descruce continuo de las piernas. Estos comportamientos aparecen incluso cuando la persona intenta permanecer quieta.

La intensidad varía según la causa y la dosis del medicamento implicado. En casos graves, los movimientos interfieren con actividades básicas como comer o descansar. A menudo, los síntomas empeoran al permanecer sentado o durante la noche.

Manifestación Descripción breve
Inquietud en las piernas Necesidad constante de moverlas
Deambulación repetitiva Caminar sin rumbo para aliviar la tensión
Balanceo corporal Movimiento leve del tronco hacia adelante y atrás

Síntomas subjetivos

Los síntomas internos son difíciles de describir y pueden preceder a los signos visibles. La persona siente una ansiedad intensa, impaciencia, o una sensación de tensión interna que solo se alivia con el movimiento. Esta incomodidad suele generar frustración y dificultad para concentrarse.

Algunos pacientes informan una sensación de calor, presión o hormigueo en las piernas. Otros describen una urgencia física que no pueden controlar. Estas percepciones subjetivas son esenciales para el diagnóstico, ya que pueden presentarse antes de que los movimientos sean evidentes clínicamente.

El reconocimiento temprano de estos síntomas permite ajustar el tratamiento farmacológico y reducir la progresión del malestar.

Impacto en la calidad de vida

La acatisia afecta de forma significativa la vida diaria y el bienestar psicológico. La imposibilidad de permanecer quieto altera el sueño, la concentración y las relaciones sociales. Muchas personas experimentan fatiga, irritabilidad y dificultad para realizar tareas prolongadas.

En contextos laborales o académicos, la inquietud constante puede interpretarse erróneamente como falta de cooperación o nerviosismo. Esto genera estrés adicional y aislamiento social.

La alteración del descanso nocturno agrava el agotamiento físico y mental. En casos prolongados, el malestar puede contribuir a síntomas depresivos o a la disminución de la adherencia al tratamiento. Por ello, la identificación y manejo oportuno son esenciales para preservar la funcionalidad y la estabilidad emocional.

Diagnóstico de la acatisia

El diagnóstico requiere identificar síntomas motores y subjetivos característicos, evaluar su relación temporal con el uso de fármacos y descartar otras causas de inquietud motora o ansiedad. La observación clínica estructurada y la aplicación de escalas estandarizadas permiten determinar la gravedad y el tipo de acatisia.

Criterios diagnósticos

El diagnóstico se basa en la presencia de inquietud motora objetiva y malestar interno subjetivo. El paciente suele describir una necesidad constante de moverse, acompañada de ansiedad o irritabilidad.

Los criterios más utilizados incluyen:

  • Movimientos repetitivos de piernas o pies, como balanceo o marcha continua.
  • Incapacidad para permanecer sentado o quieto.
  • Inicio temporalmente relacionado con el uso o ajuste de medicamentos, especialmente antipsicóticos o antidepresivos.

El clínico debe confirmar que los síntomas no se explican mejor por otras condiciones neurológicas o psiquiátricas. Se recomienda observar al paciente durante la entrevista y registrar la frecuencia e intensidad de los movimientos.

Herramientas de evaluación

La Escala Barnes de Acatisia (BARS) es el instrumento más empleado. Evalúa tres dimensiones:

  1. Actividad objetiva (movimientos visibles).
  2. Inquietud subjetiva (sensación interna de agitación).
  3. Juicio global de gravedad.

Cada ítem se califica de 0 a 3 o 0 a 5, según la versión. Un puntaje total más alto indica mayor severidad.

Otras herramientas, como la Escala de Simpson-Angus, pueden complementar la evaluación de síntomas extrapiramidales. Las entrevistas estructuradas y la observación directa en distintos momentos del día ayudan a detectar fluctuaciones y confirmar la persistencia del cuadro.

Diagnóstico diferencial

Es fundamental distinguir la acatisia de otros trastornos del movimiento o de ansiedad. Entre las principales condiciones a considerar se incluyen:

Trastorno Características distintivas
Ansiedad generalizada Inquietud sin movimientos repetitivos constantes
Síndrome de piernas inquietas Empeora en reposo y durante la noche
Parkinsonismo inducido por fármacos Rigidez y bradicinesia predominantes
Discinesia tardía Movimientos coreicos o faciales involuntarios

El diagnóstico diferencial debe basarse en la historia clínica, la cronología de los síntomas y la respuesta a cambios farmacológicos.

Tratamiento y manejo

El control de la acatisia requiere ajustar la medicación responsable, aliviar los síntomas motores y reducir la ansiedad asociada. La atención clínica debe centrarse en la identificación temprana, el manejo farmacológico adecuado y el apoyo continuo para evitar recurrencias.

Estrategias farmacológicas

El primer paso consiste en revisar y ajustar el fármaco causante. Si es posible, se reduce la dosis o se sustituye por otro antipsicótico con menor riesgo de acatisia, como quetiapina o clozapina. Este ajuste suele mejorar los síntomas en pocos días.

Cuando la modificación no es suficiente, se añaden medicamentos para controlar la inquietud. Los betabloqueantes (por ejemplo, propranolol) son los más utilizados por su eficacia en reducir la agitación motora. También se emplean benzodiacepinas como lorazepam o clonazepam para disminuir la ansiedad y mejorar el sueño.

En algunos casos, los antagonistas serotoninérgicos (como mirtazapina o ciproheptadina) y los anticolinérgicos pueden ofrecer alivio parcial. La elección depende del perfil clínico y de los posibles efectos adversos. Es esencial una monitorización estrecha para ajustar las dosis y evitar interacciones.

Intervenciones no farmacológicas

Las estrategias no farmacológicas complementan el tratamiento médico y ayudan a mejorar la adherencia. La educación del paciente y la familia es fundamental para reconocer los síntomas tempranos y reducir la angustia asociada.

La terapia cognitivo-conductual (TCC) puede disminuir la ansiedad y mejorar el control del movimiento al enseñar técnicas de relajación y respiración. También se recomienda actividad física moderada, como caminar o estiramientos suaves, para aliviar la tensión muscular.

El apoyo psicosocial y la comunicación continua con el equipo de salud contribuyen a mantener la estabilidad emocional. Registrar los síntomas y su evolución en un diario clínico facilita el seguimiento y la toma de decisiones terapéuticas.

Prevención de recaídas

La prevención se basa en ajustes cuidadosos de dosis y en la elección de antipsicóticos con menor riesgo de inducir acatisia. Los profesionales deben iniciar los tratamientos a dosis bajas y aumentarlas gradualmente según la tolerancia individual.

El seguimiento regular permite detectar signos tempranos y realizar intervenciones rápidas. Educar al paciente sobre la importancia de no suspender la medicación sin supervisión médica reduce el riesgo de descompensación.

Un plan de manejo a largo plazo debe incluir evaluaciones periódicas, revisión de interacciones farmacológicas y apoyo psicológico continuo. Estas medidas ayudan a mantener la estabilidad clínica y disminuir la posibilidad de recurrencias.